Mesura y desmesura

Albert Camus


Fragmentos del capítulo "Mesura y desmesura" del libro de Albert Camus EL HOMBRE REBELDE (Alianza Editorial, 2013).

[...] Sabemos ahora, al cabo de esta larga investigación sobre la rebeldía y el nihilismo, que la revolución sin más límites que la eficacia histórica significa la servidumbre sin límites. Para escapar a este destino, el espíritu revolucionario, si quiere permanecer vivo, debe, pues, sumergirse en las fuentes de la rebeldía e inspirarse entonces en el único pensamiento que sea fiel a sus orígenes, el pensamiento de los límites. Si el límite descubierto por la rebeldía lo transfigura todo, si todo pensamiento y toda acción que superan cierto punto se niegan a sí mismos, hay en efecto una medida de las cosas y del hombre. En historia, como en psicología, la rebeldía es un péndulo desajustado que corre a las amplitudes más locas porque busca su ritmo profundo. Pero este desajuste no es completo. Se realiza en torno a un eje. Al mismo tiempo que sugiere una naturaleza común a los hombres, la rebeldía descubre la medida y el límite que se hallan al principio de esta naturaleza.

Hoy día, toda reflexión, sin saberlo a veces, origina esta medida de las cosas que la ciencia misma confirma. Los quanta, la relatividad hasta ahora, las relaciones de incertidumbre, definen un mundo que no tiene realidad definible más que en la escala de las dimensiones medianas que son las nuestras1. Las ideologías que dirigen nuestro mundo nacieron en el tiempo de las magnitudes científicas absolutas. Nuestros conocimientos reales no autorizan, por el contrario, más que un pensamiento de las magnitudes relativas. "La inteligencia ---dice Lazare Bickel--- es nuestra facultad de no llevar hasta el límite lo que pensamos a fin de que podamos creer en la realidad". El pensamiento aproximado es el único generador de realidad2.



[...] Esta ley de la mesura se extiende asimismo a todas las antinomias del pensamiento en rebeldía. Ni lo real es enteramente racional ni lo racional del todo real. [...] No se puede decir que nada tiene sentido, puesto que se afirma con ello un valor consagrado por un juicio; ni que todo tiene un sentido, puesto que la palabra 'todo' no tiene significado para nosotros. Lo irracional limita lo racional, que le da a su vez su medida. Algo tiene un sentido, por fin, que debemos conquistar al no-sentido. De la misma manera, no se puede decir que el ser sea solamente al nivel de la esencia. ¿Dónde captar la esencia sino al nivel de la existencia y del devenir? Pero no se puede decir que el ser no es más que existencia. Lo que deviene siempre no podría ser, es preciso un comienzo. El ser solo puede experimentarse en el devenir, el devenir no es nada sin el ser. El mundo no está en una pura fijeza, pero no es solo movimiento. Es movimiento y fijeza. [...]

Las antinomias morales empiezan, también ellas, a alumbrarse a la luz de este valor mediador. La virtud no puede separarse de lo real sin convertirse en principio de mal. Tampoco puede identificarse absolutamente con lo real sin negarse a sí misma. El valor moral manifestado por la rebeldía, por último, ya no está por encima de la vida y de la historia, más de lo que la historia y la vida están por encima de él. A decir verdad, no cobra realidad en la historia hasta que un hombre da su vida por él, o se la consagra. La civilización jacobina y burguesa supone que los valores están por encima de la historia, y su virtud formal funda entonces una repugnante mistificación. La revolución del siglo XX decreta que los valores están mezclados con el movimiento de la historia, y su razón histórica justifica una nueva mistificación. La mesura, frente a este desorden, nos enseña que hace falta una parte de realismo a toda moral: la virtud enteramente pura es criminal; y que hace falta una parte de moral a todo realismo: el cinismo es criminal. [...]

[...] Necesito a los demás que me necesitan a mí y a cada uno. Cada acción colectiva, cada sociedad suponen una disciplina, y el individuo, sin esta ley, no es más que un extraño doblegado bajo el peso de una colectividad enemiga. Pero sociedad y disciplina pierden su dirección si niegan el "Existimos". Yo solo, en cierto sentido, soporto la dignidad común que no puedo dejar envilecer en mí, ni en los otros. [...]

El pensamiento de mediodía


En lo tocante a saber si tal actitud halla su expresión política en el mundo contemporáneo, es fácil evocar, y esto no es más que un ejemplo, lo que se llama tradicionalmente el sindicalismo revolucionario. ¿Este mismo sindicalismo no es ineficaz? La respuesta es simple: él es quien, en un siglo, ha mejorado prodigiosamente la condición obrera desde la jornada de dieciséis horas hasta la semana de cuarenta horas. El imperio ideológico, por su parte, ha hecho retroceder el socialismo y ha destruido la mayor parte de las conquistas del sindicalismo. Es que el sindicalismo partía de la base concreta, la profesión, que es en el orden económico lo que la comuna [o municipio, nota mía] es en el orden político, la célula viva sobre la que se edifica el organismo, mientras que la revolución cesárea [o cesarista o autoritaria, nota mía] parte de la doctrina y hace entrar por la fuerza en ella lo real. El sindicato, como el municipio, es la negación, en beneficio de lo real, del centralismo burocrático y abstracto3. La revolución del siglo XX, por el contrario, pretende apoyarse en la economía, pero es primeramente una política y una ideología. No puede, por función, evitar el terror y la violencia hecha a lo real. Pese a sus pretensiones, parte de lo absoluto para moldear la realidad. La rebeldía, inversamente, se apoya en lo real para encaminarse en un combate perpetuo hacia la verdad. La primera intenta realizarse de arriba abajo, la segunda de abajo arriba. Lejos de ser un romanticismo, la rebeldía, por el contrario, toma el partido del verdadero realismo. Si quiere una revolución, la quiere en favor de la vida, no contra ella. Por eso se apoya primero en las realidades más concretas, la profesión, el pueblo, en que se transparentan el ser, el corazón vivo de las cosas y de los hombres. Para ella, la política debe someterse a estas verdades. Para concluir, cuando hace avanzar la historia y alivia el dolor de los hombres, lo hace sin terror, si no sin violencia, y en las condiciones políticas más diferentes4.

[...] La comuna contra el Estado, la sociedad concreta contra la sociedad absolutista, la libertad reflexiva contra la tiranía racional, el individualismo altruista, por último, contra la colonización de las masas, son entonces las antinomias que traducen, una vez más, la larga confrontación entre la mesura y la desmesura que anima la historia de Occidente, después del mundo antiguo.






  1. Véase sobre este punto el excelente y curioso artículo de Lazare Bickel, "La physique confirme la philosophie", Empédocle, 7.

  2. La ciencia actual traiciona sus orígenes y niega sus propias adquisiciones dejándose poner al servicio del terrorismo de Estado y del espíritu de poder. Su castigo y su degradación consisten en no producir entonces, en un mundo abstracto, más que medios de destrucción o de avasallamiento. Pero cuando se haya alcanzado el límite, la ciencia servirá tal vez a la rebeldía individual. Esta terrible necesidad marcará el cambio decisivo.

  3. Tolain, futuro partidario de la Comuna, dijo: "Los seres humanos solo se emancipan en el seno de los grupos naturales".

  4. Las sociedades escandinavas de hoy día, para no dar más que un solo ejemplo, muestran lo que hay de artificial y de homicida en las oposiciones puramente políticas. El sindicalismo más fecundo se concilia en ellas con la monarquía constitucional y realiza la aproximación a una sociedad justa. La primera diligencia del Estado histórico y racional consistió, por el contrario, en aplastar para siempre la primera célula profesional y la autonomía municipal.


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