La unidad de los socialistas

Frédéric Tufferd (1887)


Es siempre divertido poder añadir un nuevo nombre a la lista de mutualistas históricos y, sobre todo, cuando el nuevo nombre puede acompañarse con escritos. Frédéric Tufferd (o Teufferd) es uno de esos nombres que he encontrado en la lista de exiliados políticos franceses en Estados Unidos y fue, también, uno de los editores del
Bulletin de l’Union républicaine de langue française y Le Socialiste (órganos de los internacionalistas franceses en Estados Unidos), compañero de Claude Pelletier, Jules Leroux, etc. No había tenido la oportunidad de leer ningún escrito suyo hasta hace poco, cuando tropecé accidentalmente con “La unidad de los socialistas” en un volumen de 1887 de La Société Nouvelle. Creo que el ensayo es un ejemplo muy claro y útil de una de las líneas del pensamiento proudhoniano. Un aspecto central del argumento es la distinción entre salarios, remuneración del trabajo y lo que Tufferd llama, en francés, aubaines. Un aubaine es literalmente un “beneficio sobrevenido” y es el término que utilizó Benjamin R. Tucker en sus traducciones de Proudhon. Así, el “derecho a una ganancia” al que se opuso Proudhon es un “derecho a beneficios sobrevenidos”, pero las tres formas de aubaine identificadas por Tufferd (renta del suelo, interés y beneficio) son también reconocibles como tres formas de “usura”, identificada comúnmente en otros escritos mutualistas. He dejado aubaine sin traducir en esta traducción de trabajo, en parte porque creo que necesitamos clarificar con exactitud lo que está en juego y aquello a lo que nos oponemos cuando hablamos de “derecho a una ganancia”, más allá de los lugares comunes sobre lo que creemos y no creemos cuando hablamos de prácticas económicas. También he dejado sin traducir el término francés rente. Tufferd se refiere a la renta económica y propone un “impuesto único”, pero rente se refiere básicamente al mismo tipo de “beneficio sobrevenido”, derivado en esta ocasión de la naturaleza y no de la propiedad.

Cuando leí por primera vez el ensayo, me interesó especialmente la distinción que Tufferd hace entre abolir el gobierno (el “principio de autoridad”) y abolir el estado, que él ve como la “colectividad organizada”. Recurre a Proudhon en este tema y contrapone su posición con la de Bakunin. Ciertamente, este argumento es perfectamente consistente con la teoría general de Proudhon. En cuanto a la discrepancia con Bakunin, es otra cosa a añadir a mi lista de temas para un estudio más minucioso en el marco del proyecto Biblioteca Bakunin.

– Shawn P. Wilbur




Empezamos a hablar de unión para comprender que las ridículas disputas que han dividido a los socialistas hasta ahora, para gran regocijo de la burguesía, deben llegar a su fin si queremos que el socialismo sea algo más que un sueño impotente. ¿Pero cómo lograremos la unión de escuelas socialistas diferentes? Evidentemente, estableciendo el socialismo sobre una base demostrable y no sobre unos pocos principios indemostrados, en torno a los cuales podemos debatir interminablemente sin llegar a ningún acuerdo. Preguntemos a los astrónomos si la tierra es redonda y si orbita alrededor del sol y todos estarán de acuerdo; preguntémosles si hay habitantes en la luna y sus opiniones estarán divididas. En el primer caso, los astrónomos saben; en el segundo, solo pueden basarse en analogías que nada prueban de la realidad.

Si digo que un hombre que se tira desde un sexto piso morirá cuando llegue al suelo, todo el mundo, materialistas o espiritualistas, ateos o deístas, anarquistas o colectivistas, estarán de acuerdo conmigo, pues todos reconocen que esta es una consecuencia necesaria de la ley de la gravedad. Pero si añado que este hombre, después de su muerte, iniciará una nueva existencia aquí o en otra parte, algunos concordarán conmigo, otros no y otros más, exhibiendo una gran dosis de sentido común, me dirán: usted no sabe nada de eso y nosotros, tampoco.

Cuando digo que, en la medida en que hay hombres que, sin producir, se llevan la parte del león, dejando a los trabajadores una parte mínima, no tengo que debatir sobre Dios y el estado, el socialismo o la anarquía; basta con probar que toda la riqueza proviene del trabajo y que la suma de la riqueza social equivale a la del trabajo realizado; porque cualquier deducción que no esté representada por un trabajo realizado disminuye proporcionalmente la parte del trabajador.

Si cuando hablamos de “Dios” nos referimos al Yahvé airado, vengativo y celoso de Moisés, déspota del cielo, símbolo y soporte de los déspotas de la Tierra, toda persona sensible no tendrá que razonar para convencerse de que dicho Dios es imposible. Pero la palabra “Dios” también significa la fuerza rectora del universo, el principio de todo movimiento y vida. ¿Cuál es ese principio? No sabemos nada del mismo; es el gran desconocido, eso es todo. ¿Tomaremos, entonces, lo desconocido como base para el socialismo?

Quiero abolir el gobierno y reemplazarlo por una administración de los intereses públicos responsable y controlable, pero no quiero abolir el estado.

No sé lo que es Dios y, por tanto, ni afirmo ni niego su existencia. Tampoco sé qué es la materia y qué es el espíritu. ¿Es la materia una realidad o una simple ilusión de los sentidos? No lo sé. Bakunin pensó en la materia no como algo inerte, sino como algo dotado de movimiento y vida. ¿Pero dónde está la prueba de esa afirmación? Todo lo que sé es que hay en la naturaleza algunas manifestaciones sensibles producidas por fuerzas que los sentidos no pueden percibir, pero que la inteligencia concibe. ¿Cuáles son esas fuerzas y de dónde provienen? ¿Qué es el movimiento y qué es la vida? No lo sé. No puedo ser materialista, ni espiritualista, ni ateo, ni deísta. Sobre estas cuestiones, dudo y busco; y si expreso una opinión, tengo cuidado de no hacer de ella la base de la reforma social. Hace mucho tiempo dijo Proudhon: «No sabemos nada de sustancias y causas; solo conocemos relaciones».

Pero si bien nuestra ciencia de sustancias y causas es nula, hay una cosa que sabemos: que las leyes de la naturaleza son inmutables. Un astrónomo puede predecir los eclipses que tendrán lugar en el futuro y calcular aquellos que ocurrieron en el pasado. El imán atrae, y siempre atraerá, el hierro. El hidrógeno siempre se combinará con el oxígeno para formar agua. En las leyes de la naturaleza que conocemos, nuestra ciencia es completa, absoluta. Podemos inferir el pasado y predecir el futuro de cada fenómeno cuyas leyes conocemos; y cuando conocemos las leyes económicas de la sociedad, podemos calcular los fenómenos sociales con la misma certidumbre que el astrónomo que calcula el curso de las estrellas. Por consiguiente, estudiemos las leyes económicas que dirigen la evolución social si queremos poner fin a las disputas y divergencias de opinión. Veamos cómo argumentan los astrónomos sobre el movimiento de los planetas o los químicos, sobre la formación de sales. ¿Nos atreveríamos a poner en duda los teoremas de la geometría o las proporciones de los logaritmos? Dejemos, entonces, de tomar como base lo desconocido y empecemos por los hechos para descubrir sus leyes, y a partir de estas podremos determinar la futura organización de la sociedad.

La confusión más increíble es la que existe entre gobierno y estado. Soy anarquista, como lo fue Proudhon, pues como él quiero abolir el gobierno, el principio de autoridad en el estado, con el fin de reemplazarlo por una administración de los intereses públicos responsable y controlable; pero no quiero, como Bakunin, abolir el estado. La palabra “estado” proviene de stare, permanecer, persistir; el estado es, por lo tanto, la colectividad organizada. Así como la comuna es la colectividad local, el estado es la colectividad nacional que ha permanecido, permanece y permanecerá mientras exista la nación. Incluso si la sociedad lograra realizar el ideal de la república universal, esa república estaría compuesta de distintos estados, solidarios unos de los otros, pero viviendo cada uno su propia vida.

Mientras los socialistas se peleen sobre Dios, la naturaleza y el estado, no habrá más armonía entre ellos que la que puede haber entre el zelote que cree en la divinidad de Jesucristo y el librepensador que lo niega. El astrónomo, el físico y el químico no tienen que pelearse sobre Dios y la materia; solamente se interesan en determinar las leyes de los fenómenos que estudian. Es hora de que los socialistas les imiten y se preocupen de determinar las leyes de los fenómenos sociales.

No propongo determinar esas leyes aquí; eso sería imposible en un artículo como este. Mi objetivo no es tanto responder a preguntas como indicar el camino. Por tanto, me contento con esbozar el problema social desde el punto de vista de los salarios y el aubaine.

Toda la riqueza proviene del trabajo. Los bienes naturales son útiles solo después de que el trabajo los haya recolectado, modificado y preparado. Incluso los frutos salvajes se pudren en la planta sin ninguna utilidad si el trabajo no los recolecta. Trabajar es modificar los materiales naturales con el fin de que sean adecuados para la satisfacción de nuestras necesidades. El trabajo no crea nada, solo produce un cambio de forma (arte), un cambio de lugar (transporte) o una distribución (comercio). El que mide la manufactura trabaja tanto como el que la transporta o la fabrica, pues la producción no se detiene cuando el producto está terminado, sino cuando es distribuido a los consumidores. Sin duda, el comercio apenas sabe cómo hacer algo hoy sin estafar y engañar, pero no es por eso una parte menos necesaria del trabajo social. Hacemos más trabajo con una máquina cosechadora que con una hoz, pero cuando no tenemos la máquina, tenemos que utilizar la hoz. Del mismo modo, hasta que no hayamos reorganizado el comercio, tendremos que servirnos de él tal como es en la actualidad.

Si toda la riqueza proviene del trabajo, solamente puede haber dos medios de ganarse la vida: mediante los salarios pagados por el trabajo realizado o mediante la aubaine obtenida a expensas del trabajo de otros.

Llamo salarios a toda remuneración proporcionada en el mercado por un trabajo útil. Para recibir un salario, no es necesario que el trabajador tenga un patrón. Quienes trabajan por cuenta propia obtienen sus salarios vendiendo sus productos; y los comerciantes reciben un beneficio por las ventas. No voy a ocuparme aquí de las desigualdades en los salarios; solo voy a indicar el hecho de que todo el que desempeñe un trabajo útil en el mercado tiene derecho a un salario que le permita comprar en el mercado un producto o servicio equivalente en trabajo al suyo.

Llamo aubaine a los ingresos que obtienen su valor en el mercado y que no son obtenidos gracias a un trabajo útil de igual valor; por tanto, solo puede proceder del trabajo de otros.

Hay tres tipos de aubaines: renta, interés y beneficios. La renta está compuesta del ingreso (rente) procedente del suelo y del interés de los edificios y otras propiedades inmuebles.

Cuanto más fértil sea una parcela de tierra, más rente se obtendrá con ella. Pero no es el trabajo del propietario el que ha creado la fertilidad del suelo.

Cuanto mejor situada esté una parcela de tierra, más elevada será la rente conseguida con ella. Las rentas altas en París no proceden del precio de las casas, pues la construcción de una casa en París no cuesta más que en Pontoise; proceden de su ubicación. Es su ubicación lo que hace posible que, por cada metro cuadrado de suelo, uno pueda hacer más negocios y emplear más mano de obra que en otros muchos sitios del país. Pero no es el trabajo del propietario el que ha hecho las carreteras, los canales, los ferrocarriles y las ciudades.

Por consiguiente, el ingreso es únicamente un aubaine y, en la mayoría de los casos, la renta de la propiedad inmobiliaria no es nada más. Cuesta construir, reparar y mantener una casa; por tanto, es justo pagar una renta suficiente para sufragar esos gastos. ¿Pero a quién? ¿Al propietario? ¿Hay muchos propietarios que han construido con sus propias manos las casas que nos alquilan o que han pagado la construcción con su propio trabajo? ¿No es casi siempre el dinero de las aubaines el que ha pagado el edificio? Todos tienen derecho a exigir un pago por el valor que su trabajo ha añadido al suelo, pero nadie tiene derecho a apropiarse del trabajo de otros.

Si la rente no pertenece al propietario, ¿pertenece al inquilino? No, pues no es el fruto de su trabajo. Y sin embargo, en cualquier orden social que imaginemos existirá la rente, pues siempre habrá parcelas de suelo que, a pesar de haber requerido igual cantidad de trabajo, producirán más que otras. Todo el que desempeñe un trabajo útil en el mercado tiene derecho a un salario que le permita comprar en el mercado un producto o servicio equivalente en trabajo al suyo.

¿A quién, entonces, pertenece la rente? A la sociedad, evidentemente, pues las ventajas de la fertilidad son regalos de la naturaleza y las de la ubicación son el resultado del desarrollo social. Dejemos de pagar la rente al propietario y entreguémosla al estado, en lugar de los impuestos, y tendremos justicia. Las condiciones serán iguales, pues cada uno pagará en proporción a las ventajas del suelo que ocupa, y la rente beneficiará a todo el mundo, puesto que remunerará todas las obras de utilidad pública. En cuanto a la renta de la propiedad inmobiliaria, se reducirá a la cantidad necesaria para cubrir los gastos más una prima de seguros en previsión de accidentes. Cuando cada uno pague la renta solo a la comuna y al estado, una quinta parte de las rentas actuales será suficiente para todos los gastos públicos.

El interés, se trate del interés de los créditos, dividendos de las acciones o bonos del gobierno, no es más que una aubaine. ¿Cómo lograremos que desaparezca? Reemplazando el crédito privado, que es caro, por el crédito público, que será gratuito. En lugar de conceder el Banco de Francia a una compañía que se embolsaría los beneficios, se podría crear un banco nacional que ofrecería créditos sin intereses. Sus billetes ya no serían una promesa de reembolso a demanda, garantizada por el oro, sino que serían pagarés o permutas de bienes garantizados el tesoro público.

En cuanto a los beneficios, para abolirlos sería necesario que la industria y el comercio dejaran de ser negocios especulativos individuales y se convirtieran en agencias sociales para la producción y la distribución. Cuando el banco concede sus créditos sin intereses, podría otorgarlos a las organizaciones de trabajadores con el fin de que abran talleres y almacenes, con la condición de que produzcan y vendan a precio de coste, sin más beneficios que los necesarios para pagar los salarios y cubrir los gastos generales y las primas de seguros. Se dice que solo los individuos son prósperos (los monopolios de las compañías no son, ciertamente, una prueba de eso), pero si pueden hacerlo mejor que las organizaciones de trabajadores, sobrevivirán; si no pueden, quebrarán y la industria pasará gradualmente a manos de los trabajadores.

Pero si podemos dar tiempo y promover la competencia para reorganizar el comercio y la industria sobre bases sociales, este no es el caso de los grandes monopolios, que deberían desaparecer lo antes posible. No hay duda de que el servicio de correos reparte nuestras cartas de forma más económica que si lo hiciera el monopolio de una compañía, pues el estado no busca ganar dinero con ello y no tiene que repartir dividendos. Ahora que el servicio de telégrafos pertenece al estado en Inglaterra, los telegramas cuestan mucho menos y por la misma razón. Advirtamos a todos los accionistas y sucederá lo mismo con los demás monopolios.

Esta es la reforma social esbozada a grandes rasgos y deducida, no de nociones vagas e indeterminadas, sino de los fenómenos sociales que cada uno puede verificar fácilmente. Si los socialistas van por este camino, pronto dejarán de pelearse.

No depende de nosotros que la revolución sea violenta o pacífica; eso dependerá de acontecimientos que no podemos predecir ni controlar, así como de la voluntad de nuestros legisladores y gobernantes.

Otra causa de disputas son los medios de acción. Estos dependen del momento, el lugar y las circunstancias, y lo que es imposible hoy quizá sea posible mañana. No depende de nosotros que la revolución sea violenta o pacífica; eso dependerá de acontecimientos que no podemos predecir ni controlar, así como de la voluntad de nuestros legisladores y gobernantes. Que los legisladores y gobernantes acuerden las reformas más urgentes y nosotros nos ocuparemos del resto. La gente no se rebela por el placer de romper farolas, sino porque su condición se ha vuelto insoportable y porque cree que debe escapar de ella a cualquier precio. Corresponde a nuestros amos decidir si la revolución será violenta o pacífica. Por nuestra parte, como socialistas, debemos estudiar primero qué reformas resolverán el problema de la miseria y promoverán más libertad, igualdad, solidaridad y justicia para todos. Las circunstancias sugerirán los medios de acción. Si algunos socialistas quieren emplear medios que nosotros pensamos que fracasarán, somos libres de no ayudarles, pero ¿debemos detenerles y hacer, así, el trabajo de nuestros amos?

La aubaine es la causa de la pobreza y, sin embargo, nuestros gobernantes se esfuerzan en incrementar las aubaines. Las compañías emiten más acciones que el capital real que tienen; los gobiernos contratan nuevos préstamos cada año, inflando, de esta forma, las filas del ejército de parásitos rentistas del estado; los puestos en el gobierno y las prebendas se multiplican por todas partes; el cáncer del parasitismo lo invade todo y, como resultado necesario e inevitable, la pobreza se convierte en miseria y la miseria, en hambre. El grito terrible de 1789 (“¡Pan, pan!”) resuena todavía en las calles. Tal vez haya tiempo todavía para evitar el cataclismo, pero debemos darnos prisa. No se trata solo de una quiebra, de la horrible quiebra que nos amenaza, sino de hambre y desesperación.

Reducir las aubaines permitirá aumentar los salarios; suprimirlas permitirá entregar a los trabajadores el fruto íntegro de su trabajo, mientras se deja al estado grandes ingresos, la rente. Toda reforma que reduzca las aubaines es útil. ¡Guerra a las aubaines!

Fuente: La Société Nouvelle, Año III, vol. 2 (1887), pp. 223–228.
Traducción de trabajo de Shawn P. Wilbur; revisada el 26/02/2013]
Traducción al español: Javier Villate (@bouleusis)

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